Según el discurso histórico en que se basa la instrucción de este grado, hacia el año 3095 del mundo, los Magos nuestros antecesores abandonaron el Egipto y se dirigieron a Jerusalén, llevándose consigo los anales de la Orden. Fijaron su residencia en aquella célebre ciudad, y establecieron en ella el sagrado depósito de aquellos escritos luminosos, manantial de los conocimientos filosóficos del antiguo mundo, de los que eran fieles depositarios y celosos guardianes, y allí vivieron pacíficamente, consagrados al estudio y á las investigaciones de los fenómenos de la naturaleza y a procurar el bienestar de la Humanidad por la práctica de todas las virtudes, hasta la toma y destrucción de Jerusalén por Tito Vespasiano, acaecida en el año 4070.
El cruel romano inmoló a gran número de los que sobrevivieron a la derrota, unió a otros a su carro vencedor como trofeo de sus victorias, vendió una parte de ellos como esclavos, y el resto lo distribuyó entre las distintas comarcas del África, para que sirvieran de diversión al pueblo en los anfiteatros.
Los Magos —más conocidos entonces con la denominación de Kadosch Paidkal Pharaschol (hombres santos, virtuosos y sabios)—que pudieron escapar de la persecución de sus verdugos, se reunieron en la Escitia y en la Tebaida, en donde siguieron propagando sus doctrinas y haciendo numerosos prosélitos, contándose
entre sus iniciados, a San Juan el limosnero, cuyo saber igualaba a sus grandes méritos y virtudes, que posteriormente fue Gran Maestro, dando su nombre a una rama dela Orden que llevó á cabo una nueva reforma, uniendo los antiguos principios filosóficos a los del naciente cristianismo.
En la época de las cruzadas, aquellos apóstoles de la verdadera luz, animados, al igual que tantos otros caballeros ilustres, del ardiente deseo de reconquistar los santos lugares y de regresar a su verdadera patria, se unieron a los guerreros que a las órdenes de Godofredo de Bouillon, se apoderaron de Jerusalén, y nuestros antepasados fueron restablecidos en sus funciones, tomando posesión del Templo, que era el único objeto de sus afanes.
En 5122 el rey Balduino II, Gran Maestro de la Orden, estableció el instituto de los Grandes Caballeros de San Andrés, o Príncipes del Real Secreto, confiando a su custodia el precioso depósito del tesoro sagrado de la Orden. Estos fueron escogidos de entre los Caballeros Kadosch y proclamados Príncipes de la Masonería, después de haber jurado solemnemente, de sacrificarlo todo, por la seguridad y conservación de aquel precioso depósito. Tomada da nuevo Jerusalén por Saladino en 5187, los Masones fueron otra vez arrojados de la ciudad Santa y desgraciadamente, en aquel desastre, se perdieron la mayor parte de los preciosos escritos que les habían sido confiados. En tan críticas circunstancias, nombraron una diputación compuesta de ochenta y un Príncipes, para que fueran a Upsala (Suecia), a depositar en la cueva de las tres coronas, los restos de los archivos de la Orden que se pudieron salvar de la general ruina y destrucción que sufrió la ciudad eterna.
Después de haber demostrado en las diferentes cruzadas que se sucedieron, de cuanto es capaz el valor, la virtud y la resignación, en 5295, los Príncipes Masones se establecieron en la Palestina, de donde fueron expulsados, a su vez, así como el resto de los demás cruzados que se habian refugiado en aquella comarca, unos siete años después.
Entonces retiraron el tesoro que guardaban escondido en la cueva de Upsala y lo transportaron a Escocia, a donde fueron a establecerse. Obligados a separarse algún tiempo después, nombraron a ochenta y un Príncipes, a los que confiaron el depósito tradicional, y al separarse renovaron sus votos de sacrificarlo todo para la conservación de este tesoro sagrado, y de unirse a la primera cruzada que se levantara para reconquistar el templo.
Basada en esta tradición, la leyenda del ritual se consagra, a la concentración de las huestes masónicas y a la organización del campamento y distribución de fuerzas de los quince cuerpos de ejército de que se compone, que se reunirán en los puertos de Nápoles, Malta, Rodas, Chipre y Jaffa a fin de emprender su marcha hacia Jerusalén y reconquistarla, conducidas por el rey Federico II de Prusia.